Éxodo juvenil y cultura contemporánea
Éxodo juvenil y cultura contemporánea es un texto realizado por Pablo Paillole en mayo de 2021 en el marco de la convocatoria de pensamiento y escritura de Gravedad13.
Trabajo a tiempo parcial como camarero mientras realizo una residencia artística no remunerada. O, al menos, eso hubiese escrito hace tan sólo unos meses.
Mi situación ha cambiado, lo cual nos da una importante pista del país en que me encuentro, o más bien en cuál no me encuentro. Como muchos otros jóvenes de mi generación, he tenido que emigrar de España para poder cosechar cambios. Mis cosechas están ahora dando sus frutos en el extranjero, con oportunidades de trabajo acordes con mis gastos gracias a un mercado laboral dinámico y actualizado. Pero ¿cuando estas comiencen a dar cada vez más frutos, volveré a España o preferiré cuidar lo que ya tengo plantado aquí?
En un principio, llegué a Reino Unido para estudiar y me quedé para trabajar. No solo encontré todo un abanico de oportunidades, sino también un mundo académico intensamente conectado con el mundo laboral mediante una cultura de prácticas remuneradas. Un caldo de cultivo perfecto, aunque el clima no siempre acompañe. Prueba de ello es que en apenas tres meses he pasado de trabajar a tiempo parcial en un restaurante italiano a ser un artista independiente a tiempo completo. Mediante la convocatoria de New Contemporaries, fui seleccionado para su programa de desarrollo de artistas emergentes y exponer mi trabajo audiovisual en South London Gallery. Más recientemente, fui escogido para realizar un periodo autodirigido de investigación y desarrollo artístico -sobre el papel que juegan los archivos en la cultura visual contemporánea- financiado por el ‘Arts Council England’ (el Consejo de Bellas Artes de Inglaterra).
Después de la larga pausa pandémica, regresé a Reino Unido en marzo de 2021 sin ninguna oportunidad laboral concreta sobre mi mesa, pero con la firme convicción de que muy pronto encontraría un trabajo digno con el que volver a tomar las riendas de mi vida. Y así ha sido. Lo triste es formar parte de una generación (una más) que carece de toda esperanza de cosechar nada en nuestro propio país.
Pienso que mis cosechas están ahora dando cada vez más frutos. Cuanto más crecen, más me pregunto dónde estaré dentro de diez años. Para entonces, ¿a cuánto ascenderá la cifra de paro juvenil? ¿Se habrá aprobado el Estatuto del Artista? ¿Habrá cambiado algo en España? Y es que quiero cuidar mis cosechas inglesas, por supuesto, pero también quiero contribuir al sector artístico y cultural español, cultivar nuevas formas de trabajo y tener de nuevo mis raíces al alcance de la mano. Que emigrar sea más opción y menos imposición.
Aún resuenan en mi cabeza las palabras que pronunció la periodista y escritora manchega Ana Iris Simon frente al presidente del Gobierno, durante el foro sobre la España vaciada y el Plan 2050 celebrado en mayo de 2021 en el Palacio de la Moncloa: “Con veintiocho años, he vivido tres EREs, y mi contrato temporal finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto.” La joven autora de ‘Feria’ afirma “me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”, haciendo un llamamiento -tan contundente como calmado- a reclamar la estabilidad laboral que perdimos cuando nos vendimos al turismo de masa, a actualizar con urgencia todos los sectores del mercado de trabajo español, y con ello, devolvernos el poder de decisión sobre la vida que queremos, ya sea para formar una familia o adquirir una vivienda en el pueblo de nuestros abuelos. De nuevo, estaría bien tener siquiera la opción de hacerlo. ¿Por qué tiene que ser algo tan impensable?
En su discurso, Simón concluye que “no habrá agenda 2030 ni plan 2050 si en 2021 no hay techo para las placas solares porque no tenemos casas”. Alguien tenía que decir que no necesitamos más promesas electorales incumplidas. Necesitamos profesionales culturales -más y mejor financiados- emprendiendo proyectos en todo el territorio nacional, con particular énfasis en el medio rural; necesitamos una estrategia nacional para fomentar la inversión en cultura -tal vez siguiendo el modelo británico de financiación cultural mediante la recaudación en loterías- y renovar la Ley de Mecenazgo de 2002; necesitamos la aprobación definitiva del Estatuto del Artista, para consolidar la bajada del IVA cultural y sacar al artista de la precariedad crónica; necesitamos que estas reformas vayan de la mano de una educación artística accesible y de calidad, de manera que todos podamos participar en el lenguaje de la cultura contemporánea; necesitamos jóvenes creativos - a ser posible dentro de nuestras fronteras - que puedan permitirse arriesgar, experimentar y desarrollarse; en definitiva, necesitamos que el arte en España deje de ser un deporte de riesgo.
Y ya que estoy pidiendo, ¿puedo pedir una Ley de Buenas Prácticas Artísticas en Museos y Centros Culturales? Actualmente, amparada por la Junta de Castilla y León, la Fundación Siglo desmantela el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de León) a su antojo, habiendo perdido treinta obras de arte de la colección pública. Mientras tanto, el C3A (Centro de Creación Contemporánea de Andalucía en Córdoba) está privado de una dirección independiente desde hace varios meses, quedando tutelado directamente por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía para albergar una exposición sobre el cristianismo (Vozmediano, 2021). Y también tenemos la crítica situación de Medialab-Prado que, bajo la gestión de Madrid Destino y el Ayuntamiento de Madrid, ha sufrido su peor revés dirigido a neutralizar su poder comunitario e innovador. Es evidente que los manuales de buenas prácticas deben convertirse en ley para fomentar un sector cultural amplio, participativo, desburocratizado y libre de ritmos políticos.
Por desgracia, la gravedad de las injerencias políticas en materia de cultura no es novedad, si no que ha ocurrido con todos los distintos gobiernos centrales y autonómicos. ¿Será mucho pedir una Ley de Buenas Prácticas Artísticas? ¿Habría que dejar algo para el Plan 2100? Y hablando de futuro no puedo evitar preguntarme, ¿qué frutos habremos cosechado entonces? ¿Será España el nuevo desierto del Sahara? ¿Serán las islas británicas las nuevas Canarias? ¿Se remunerará la creatividad? ¿Tendremos acceso a una educación artística de calidad? ¿Se dejará respirar al arte?
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